Toca decir adiós a Jaime Basiano, cosa que me ha pesado en el alma. El sábado 13 de marzo, a primera hora de la mañana, Blanca Basiano me enviaba un mensaje anunciando la muerte de su padre, de mi amigo y del gran pintor navarro. Sabíamos de lo delicado de su estado; sabíamos también que la cruel enfermedad había hecho que su cabeza llevara tiempo en otros parajes diferentes al de este mundo. Pero nunca resulta buen momento para estas cosas.
Conocí a Jaime Basiano hace muchísimos años, dada la amistad de la familia Basiano con mi padre, José Mª Muruzábal del Val, fraguada en los años cincuenta a través de Jesús Basiano, el pintor de Navarra, y sus exposiciones en la CAMP.
Mis estudios sobre Jesús Basiano, en la década de los ochenta, la posterior monografía y las numerosas exposiciones me mantuvieron cerca de Jaime, y también de su hermano Javier. Ambos siempre estuvieron solícitos para ayudar en cualquier iniciativa. La última, la conmemoración del 50 aniversario del fallecimiento de Jesús Basiano, con los actos de Murchante y la Ciudadela de Pamplona. Quiero recordar también que mi padre organizó la primera exposición de los hermanos Basiano, en octubre de 1966, en la sala de exposiciones de García Castañón, hace 55 años.
Jaime Basiano nació en Pamplona el 16 de febrero de 1943, hijo de Jesús Basiano, el pintor de Navarra, y de Rosario Goizueta. Heredó de su padre el oficio, además de un estilo y una técnica muy personal ligada estrechamente al paisaje navarro. Jaime se inició en la pintura a los 13 años de la mano de su padre. La rotura de una pierna, jugando en el viejo colegio Maristas de las Navas de Tolosa de Pamplona, fue la causa de que el joven abandonase a los 13 años sus estudios y comenzase a pintar. Desde 1956 recorrió Navarra y otros lugares acompañando a su padre para pintar al natural. Su bagaje habla de 62 años ininterrumpidos de pintura navarra. Desde aquel lejano día no dejó ni un instante en reflejar el paisaje de acuerdo a sus vivencias, su estado de ánimo y las experiencias que rodean cada momento. Para este pintor, lo esencial en cada propuesta, pintada siempre al aire libre, era la sinceridad e intentar transmitir al espectador la fuerza de lo que él retrataba. En ello puede resumirse prácticamente toda su vida.
Con su padre aprendió a pintar y a vivir de su arte, como lo hiciera poco después, también, su hermano Javier Basiano. Y estuvo unido a su padre hasta el fallecimiento de éste en 1966; un periodo fecundo de diez años. Desde entonces participó en más de una veintena de muestras individuales y muchas más colectivas. No obstante, tampoco se trata de un artista que se haya prodigado demasiado en exposiciones. Su obra forma parte de numerosas colecciones públicas, pero donde hay que rastrear su obra es en los hogares de Navarra. En ellos se guardan celosamente miles de retazos del paisaje de esta tierra, elaborados por Jaime Basiano.
En edad madura contrajo matrimonio con Aurora Cruchaga, asentando su domicilio en el barrio pamplonés de la Rochapea. Su única hija, Blanca Basiano, cursó estudios de Periodismo en la Universidad de Navarra, llegó a estar presente en los telediarios nacionales y hoy es una reconocida reportera. Blanca abandonó aquello para trasladarse a residir y trabajar en Pamplona, dada la situación de su padre.
Jaime Basiano retomó día a día, durante lustros, el testigo de Jesús Basiano, del gran pintor de Navarra, y nos ha dejado incontables muestras de su pintura tradicional, paisajística, que hereda la esencia de la pintura del impresionismo. Siempre dio una lección de esa pintura hecha in situ, de ese enfoque romántico, de esa forma personal e individual de enfrentar la naturaleza que se concreta muy bien en la libertad, que se ve tanto en la elección de los temas como en las composiciones y las formas de los cuadros. Jaime Basiano representa algo así como los “últimos de Filipinas”; él siempre pintó al aire libre, a la antigua usanza, soportando a los curiosos, al frío o al calor, a los mosquitos, vientos y a todo lo que hiciera falta. Un tipo de hacer pintura que está pasando rápidamente a la historia, sino es que no ha pasado ya.
Cuando uno se enfrenta a los cuadros de Jaime ha de hacerlo desde el sentimiento y la emoción. Los historiadores del arte y los críticos hablamos en demasiadas ocasiones de estilos, de técnica, de elementos formales… y nos olvidamos de algo esencial como es el disfrute y la emoción que causa un cuadro. Yo les invito a todos ustedes a que, cuando vean las obras de este artista, lo hagan desde su corazón.
Me duele escribir esto, amigo; me duele escribir el adiós a todos esos compañeros desaparecidos en los últimos tiempos, pero es lo que me toca. En un artículo escrito en Diario de Navarra en 2016 indicaba que el mundo del arte y de la cultura de Navarra estaba en deuda con Jaime Basiano. Reclamé entonces que era el momento de organizar una gran exposición antológica con la obra de Jaime Basiano, que resumiera, en lienzos y tablas, esos 60 años dedicados al arte y al paisaje de Navarra. El bueno de Jaime solicitó esa exposición para la Ciudadela. Cinco años después, solo me queda lamentar el olvido. Aunque conociendo al gestor de las exposiciones, nada puede extrañarnos; da igual que gobierne el Ayuntamiento -uno u otro-, aquí “la vida sigue igual”.
¡Adiós, Jaime! Estoy seguro que en el otro mundo estarás ya recorriendo aquellos caminos en busca de su luz y su color.
(José Mª Muruzábal, DN, 15 de marzo de 2021)